Abordamos el tren, se cierra la puerta y partimos. En Edimburgo amanece. En pocos minutos estamos en la campiña, rodeados de un mar oscuro lleno de islas de formas raras y arco-irises inconclusos. Murallas de piedra milenaria serpentean entre las colinas y faros blancos bostezan al amanecer desde los acantilados. Cruzamos campos de trigo recién cosechados donde cuervos en patota desayunan a la sombra de pinos jóvenes que pueblan las laderas. Un arco iris gordo y corto salta persiguiendo el tren, apareciendo una y otra vez en el cielo, al frente nuestro.
Los únicos ingleses parlanchines del reino, nos tocan en el asiento de enfrente. Son jóvenes y desayunan cerveza, cuestionándose que hacemos en esta vida, en este planeta. A uno de ellos le falta cara para una boca, nariz y ojos desproporcionadamente grandes. Al otro, el ovalo le sobra, las facciones diminutas concentradas en el centro.
Pasamos sin parar por Berwick, cruzando el río sobre su puente acueducto. Y enseguida llegamos a Newcastle. Pasajeros descienden. Otros abordan. En el tren, de todo. Gente que mira el infinito con ojos inyectados en sangre y en aparente estado catatónico. Otros enchuflados a su ipod, leen. No falta el que duerme. Me pregunto siempre como hacen los que duerme en el tren para despertarse en su parada.
Al salir de la estación de Newcastle cruzamos el río Tyne, con sus puentes uno detrás de otro... Carnaval de puentes la podrías llamar. Es como una Escola de Samba que viene bajando la avenida y el tema de la comparsa es ‘Puentes de Newcastle’. Extravagante. La primera carroza, digo puente, es el High Level Bridge, o el puente de Alto Nivel, en proceso de refacción. Luego vienen el Swing Bridge, o puente oscilante y el Tyne, que cuelga sobre un arco metálico MO NU MEN TAL. Al final, el modernoso Gateshead, el Puente del milenio, con su estructura arqueada blanca.
Rodeado de acero labrado, me siento en la era industrial, cuando un interminable tren de carbón, negro, cruza en dirección contraria. Hemos retrocedido en el tiempo!
Llegamos a Durham. El castillo y la catedral normandos, imponentes sobre su colina sobre el río Wear. Descienden los ingleses parlanchines y ocupa su lugar un personaje que enseguida se presenta y comienza a hablar. Me cuenta que su padre es francés y su madre japonesa. Su cabello una indomable cruza de Torre Eiffel con pagoda, como que no fue favorecido con la mezcla genética. Luce una camisa que no sabe lo que es una plancha. Habla con marcado acento francés y la única forma que tenés de saber que terminó una oración es porque le baja un ‘HAI!’ totalmente japonés!
Unas dos horas después, a mitad de camino: York. Capital del país antes de Londres. Vieja York? La mamá de Nueva York? Preciosa la estación, adornada con un simulacro del London Eye, la rueda de Londres, que los Viejoyorkinos han denominado la Rueda Yorkshire. A la vista desde el tren, torres de la catedral de York y parte de las murallas de la ciudad. Abordan nuestro vagón una bandada de monjes shaolin, completos con túnica naranja y cabeza afeitada. El francés RON CA!
Me entran ganas de visitar todos estos lugares del norte de Inglaterra, algunos que ya conozco y otros que me son totalmente alienígenos. Nos acercamos al final del viaje, Kings Cross Station, donde cuenta la leyenda que la estación está construida sobre el sitio de la batalla final de Boudica, guerrera celta exterminada por los romanos, y que su fantasma habita la estación.
Meo-me de risa al descender en Kings Cross y encontrar en la Plataforma 9¾ un grupo de asiáticos con sombreros de brujos. Harry Potter nos tiene PO SE I DOS! El Reino Unido absorto en la lectura del ultimo libro, que coincide con el estreno de la película del libro anterior. En resumen, gente practicando maleficios en todas las esquinas.
‘Harry Potter es el Sherlock Holmes de nuestra era’ Escucho que dice el guía a su manada de japoneses.
‘Yeah right! Seguro que sí!’ Pienso, acelerando el paso rumbo a la oficina.
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